El Blog de Eliseo Oliveras sobre política internacional. Una mirada crítica y sin compromisos desde la capital de Europa sobre las claves, el funcionamiento y los entresijos de la Unión Europea (UE), de la OTAN y de sus estados miembros.

Los dirigentes europeos se juegan nuestro futuro con políticas erróneas



José Manuel Barroso y Herman Van Rompuy, presidentes salientes de la Comisión Europea y de la UE 


Europa se encuentra en una encrucijada decisiva. El proyecto de integración europea ha aportado el periodo de paz y bienestar más prolongado de la historia de este continente. Desde la ruinas y las divisiones dejadas por las dos guerras mundiales, los países europeos trabajando juntos han conseguido reconstruir el continente, restablecer la democracia donde había sido destruida y hacer caer los muros que separaban a la población europea.

En todos estos años se ha logrado mucho: De los seis países de la Comunidad del Carbón y el Acero (CECA) se ha pasado a una Unión Europea (UE) de 28 países, con 500 millones de personas que se pueden mover libremente por el continente sin tener que someterse a controles fronterizos en la mayoría de países y con millones de estudiantes que comparten las aulas universitarias fuera de sus países con estudiantes de otras nacionalidades.

Europa se ha dotado de una moneda común, que refuerza su independencia económica, protege a sus ciudadanos de las crisis financieras exteriores y da estabilidad y seguridad a particulares y empresas.

Pero a pesar de estos éxitos, Europa se encuentra en un momento muy delicado y nada de los conseguido hasta ahora se puede dar por adquirido de forma irreversible. El salvajismo de las guerras balcánicas de los noventa y la violenta descomposición de Ucrania a lo largo de este año nos recuerda como de frágil puede ser nuestro bienestar si no se tiene el cuidado de preservarlo y fortalecerlo.

Europa se enfrenta ahora dos retos fundamentales y la forma en que se resolverán marcarán decisivamente la evolución futura de la UE y determinará el futuro de todos nosotros.

El primer reto es recuperar rápidamente un crecimiento económico sólido, que cree empleos de cualidad y bien retribuidos. El segundo es restablecer la confianza de los ciudadanos en las instituciones políticas europeas y nacionales.

A pesar de que técnicamente la zona euro salió de su segunda recesión consecutiva desde 2009, la realidad es que aún no se ha superado la crisis. Los niveles de paro son insostenibles y los puestos de trabajo que se crean en muchos países son precarios y mal pagados.

La Comisión Europea y los líderes de la UE siguen insistiendo en una política de austeridad y ajustes, sin primar una estrategia para impulsar el crecimiento y el empleo. Se recortan las inversiones públicas en lugar de recortar la evasión fiscal. Se promueven modelos tributarios que favorecen a las grandes empresas y a las élites económicas a costa de debilitar la capacidad de actuación del Estado y a costa de recortar la protección social de la mayoría de la población, y creando artificialmente un déficit público para justificar nuevos recortes adicionales en la protección social.

El bajísimo nivel de inflación está frenando la recuperación y puede hundirnos en una deflación, pero el Banco Central Europeo (BCE) actúa demasiado tarde y de forma demasiado tímida, sin recurrir a la impresión de dinero vía la compra masiva de paquetes de deuda pública, como ha hecho con éxito la Reserva Federal norteamericana.

Las políticas aplicadas por los gobiernos nacionales con la bendición de la Comisión Europa han repartido muy injustamente los costes de la crisis, descargándolos sobre las espaldas de los trabajadores y de los más débiles, que no tenían ninguna responsabilidad en la crisis bancaria, ni en la burbuja inmobiliaria.

Estas políticas han provocado como es lógico un alejamiento de los ciudadanos de los partidos tradicionales y de las instituciones europeas.

La participación en las elecciones europeas del pasado 25 de mayo se ha mantenido en su mínimo histórico del 43% y el desengaño de la población con los políticos, cada vez más percibidos como una casta privilegiada ajena a sus problemas cotidianos, ha impulsado el crecimiento espectacular de los movimientos populistas y de extrema derecha por toda Europa y en el nuevo Parlamento Europeo.

A pesar de este grito expresado en las urnas contra la política aplicada y la manera de hacer política a nivel nacional y europeo, los líderes de la Unión Europea y de la Comisión Europea siguen insistiendo en las mismas recetas que han incrementado las desigualdades sociales y han empobrecido a gran parte de la población. Así se ha visto en las últimas cumbres europeas del 25 de mayo y del 26 y 27 de junio, y en las recientes declaraciones de la cancillera alemana, Angela Merkel, y otros dirigentes.

A nivel europeo, uno de los grandes problemas que contribuyen a rebelar a los ciudadanos contra la UE es el déficit democrático de la Comisión Europea. A pesar de que su presidente es elegido por el Parlamento Europeo y que también la Comisión Europea en su conjunto tiene que obtener la aprobación inicial de los eurodiputados, no está previsto que el Parlamento Europeo pueda destituir individualmente a los comisarios, por más desastrosa que sea su política.

Los mismos comisarios, a pesar de su mandato político, acaban siendo prisioneros de los altos funcionarios de la Comisión Europea, que no han sido elegidos por nadie, que no tienen que rendir cuentas ante nadie y que son realmente quienes elaboran las estrategias, las políticas y los proyectos legislativos, y que están extremadamente influenciados por los grandes grupos de presión económicos y financieros. Es tan desmesurada la influencia de estos ‘lobbies’ económicos en el redactado de las propuestas normativas y en el retraso en la elaboración de los proyectos que no les convienen que la Defensora del Pueblo Europea, Emily O’Reilly, ha tenido que abrir una investigación oficial el pasado mes de mayo.

Ahora, tras la elección del nuevo Parlamento Europeo, se abre un nuevo ciclo político en la Unión Europea que debería ser aprovechado para responder a las quejas de los ciudadanos y para reorientar la actuación europea hacia otra estrategia política y económica. Si no se hace así, corremos el riesgo de que en cada una de las próximas elecciones nacionales y europeas el malestar creciente de los ciudadanos den más votos a los grupos euroescépticos, populistas y ultras, que con sus proyectos demagógicos pueden hacer retroceder las libertades, la cohesión social y el bienestar en Europa.

Nos jugamos nuestro futuro. Y ya sabemos en el pasado a donde han conducido este tipo de movimientos populistas y de extrema derecha en contextos de graves crisis económicas y elevado desempleo como el actual.


Discurso pronunciado al recibir el Premio Ernest Udina a la Trayectoria Europeísta 2014, el pasado junio 

 


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